jueves, 20 de octubre de 2011

Moctezuma metal bar




Arramberri y escobedo, centro de monterrey, estaran tocando Exanime, Folkrieg, Holly sinner, valle de la muerte y el grupo gargola con los mejores covers old school ( Sarcofago, Venom, Rotting Christ, por mencionar algnos ), los esperamos! el evento empieza a las 10 de la noche para poder ver el clasico, ahi los esperamos!...

Eddie inmortal en la tinta de Shaun Hutson

IRON MAIDEN - EDDIE (INMORTAL)

El reputado escritor de novelas de terror SHAUN HUTSON se sumerge en los verdaderos origenes del horripilante monstruo de IRON MAIDEN, el notorio EDDIE.



¿Sabes que hora es?
John Carter se restregò los ojos, los entrecerrò, y echò una vez màs un vistazo al reloj de la mesita de noche. "Son las tres de la madrugada," susurrò èl. Al otro lado del telèfono se oyò una risa sorda. "Watson, telo aviso, mejor que lo que tengas que decir sea bueno porque si no te juro por Dios que mañana ya te estàs buscando otro trabajo. ¿Que es eso tan importante para que me tengas que llamar a esta hora?" Mirò fijamente el reloj para volver a acordarce de la ridìculamente temprana hora. Al otro lado sòlo se oyò una respiraciòn, dèbil, àspera, como si el que llamaba tuviera dificultades para inspirar oxìgeno.
"Tienes que venir aquì ahora," dijo la otra voz.
Carter se sentò en la cama, tocàndose la barbilla con su mano.
"Escucha, Watson, te mandè que descubrieses lo màximo que pudieras sobre el artista y el equipo que se encargan de las portadas de los discos de Iron Maiden. Por si los has olvidado, yo soy el editor y tù el periodista. Te hice un encargo y sòlo porque ya lo hayas terminado no tienes por què despertarme a las tres de la madrugada para contàrmelo."
El hombre que estaba al otro lado del telèfono parecio no impresionarse por el enfado de Carter.
"Tienes que venir aquì," dijo con apremio.
"Ahora"
"No voy a ..."
"Carter, por favor."
Habìa un cierto tono de desespero en la voz de Watson.
Carter se dio vuelta hacia el otro lado de la cama, frunciendo el cejo.
"¿Donde estàs? quiso saber.
"En el 22 de Acacia Avenue." Watson le dio la direccion.
"Esperame dentro"
Watson riò con fuerza.
"¿Volver ahì dentro? Debes estar de broma?
Colgò bruscamente el telèfono.
Carter mirò el telèfono durante unos instantes y luego tambièn colgò. Se vistiò ràpidamente, se mojò la cara con agua frìa, y luego saliò hacia su coche.



En su viaje a travèz de las calles a esas altas horas de la madrugada no se vio estorbado por nada de tràfico. Las casa por las que iba pasando todavia estaban cubiertas de oscuridad y sus ocupantes tenìan el suficiente sentido comùn como para no estar levantados a esas horas tan intempestivas, meditò. Mirò la direccion que Watson le habìa dado, comprobando cada dos por tres que estaba yendo en la direcciòn correcta.
Diez o quince minutos màs y ya deberìa llegar. Tomò el volante con màs fuerza, su rabia aùn a punto de estallar. Mejor que Watson tuviera una buena razòn para molestarle. Cuando se parò frente al numero 22 de Acacia Avenue no pudo ver ninguna señal de vida en los alrededores, ciertamente ninguna señal de Watson. Carter se preguntò què era lo que debìa hacer. ¿Esperar y ver si volvìa el periodista? ¿Entrar èl mismo en la casa? Y si lo hacìa, ¿què se suponìa que le dirìa a quien viviese ahì? "Perdone, pero uno de mis periodistas me acaba de llamar por telèfono pidièndome que viniese a su casa y dicièndome que no volverìa a poner otra vez sus pies dentro. Y a pròpòsito, perdòn por molestarle a las tres y media de la madrugada"
Carter se saliò del coche y empezò a andar por la calle en direccion hacia la casa. ¿Què podia ser tan importante?
La casa no era nada especial. Pocas cosa podian diferenciarla de las otras casa de la calle, aparte del hecho de que el jardìn estaba un poco màs poblado, peo mientras se acercaba vio que las ventanas y las puertas estaban cerradas con candados desde el exterior. Curioso, pensò, pero apenas destacable. Excepto...
Fruncio el ceño mientras miraba los potentes candados de las ventanas frontales.
Estaban diseñados no para evitar que la gente entrase sino para mantener encerrado a alguien dentro.
Carter se acerco a los cristales, intentando ver en el interior de la habitaciòn, pero ahì dentro era tan oscuro y tan impenetrable como la penumbra que lo rodeaba.
Habìa un caminillo que bordeaba el lateral de la casa y Carter se metio por ahì, empujando una oxidada y mohosa puerta de hierro para poder entrar. Unas bisagras que no habìan probado aceite en mucho tiempo chirriaron a modo de protesta y se quedò quiete durante unos segundos preguntàndose si habrìa molestado a alguien. Los sonidos parecìan recorrer distancias mucho mayores en aquel silencio tan empalagoso, pero no daba la impresiòn que hubiese despertado a nadie.
El jardìn estaba aùn mas poblado y descuidado en la parte trasera de la casa. Habìa sitios en los que la hierba tenia casi dos palmas de altura, esparramàndose sobre el camino de cemento que finalmente conducìa a la puerta de atràs. Aquì habìa mas ventanas. Estas tambien estaban fuertemente cerradas por fuera.



Una elevada valla de madera, bien bien de unos tres metros, aseguraba que el jardìn estuviese completamente cerrado, oculto de los ojos fisgones. Carter se encontrò frente a una enorme y sòlida puerta trasera, igualmente cerrada por fuera.
Apoyò un dedo sobre ella, preparàndose para llamar.
La puerta se abriò unos cinco centimetros.
Carter retrocediò, sorprendido.
Era raro que una casa tan bien asegurada fuera tan fàcil de penetrar.
Se preguntò si el propietario estarìa dentro levantado, quizàs incapaz de dormir. Y de todos modos, dentro de la casa no habìa luces por ninguna parte. La oscuridad era tan total como el silencio que rodeaba el edificio. Carter empujò la puerta con un poco mas de fuerza y la abriò hasta poder ver que ahì habìa una cocina. La gran oscuridad apenas invitaba a entrar, y Carter se dijo a si mismo que deberìa darse la vuelta e irse, pero algo le importunaba en el fondo de su mente.
¿Por què Watson se habìa mostrado tan poco dispuesto a volver a entrar, pero Carter habìa captado algo màs en su tono de voz.
¿Miedo?
Nadie sabìa nada del propietario de la casa. Jamàs concediò entrevistas, nunca hablò de su trabajo, y sin embargo, su arte, las sorprendentes ilustraciones macabras que adornaban las portadas de los discos de Iron Maiden, era reconocido y admirado por muchos. Para Carter esto era una historia importante y, razonò, si sus periodistas eran incapaces de conseguirlo, entonces èl mismo harìa el trabajo.
Empujò la puerta y se metiò dentro. El suelo estaba hecho de tablas lisas. No habìa moqueta. No habìa linòleo. Ni siquiera habìa una capa de polvorientas hojas de periòdico.
Y ni tan sòlo habìa algùn mueble que se pudiera ver dentro de la oscura habitaciòn.
En el vestìbulo era igual. A todos los efectos, la casa parecìa abandonada. Carter se preguntò durante unos momentos si estaba en la direccion correcta, pero descartò la posibilidad y continuò a travèz de lo que parecìa la sala de estar.
De nuevo, la habitacion no tenìa ni maqueta, ni muebles, pero aquì sì que encontrò algo màs ìnusual.
Habìa nueve cuadros colgados en la despellejada pared que los recogìa a todos. La criatura representada en ellos era bien conocida para èl.



Los nueve cuadros al òleo que colgaban frente a èl representaban las diversas fases de su desarrollo. Eran los cuadros que fueron conocidos por todo el mundo como portadas de discos. Desde una figura con pelos de punta y grandisimos y horrorosos ojos hasta una bestia arrastràndose por el tronco de un nudoso àrbol, las diversas encarnaciones de la criatura conocida como Eddie le estaban mirando. Carter fue mirando e inspeccionando cada uno de los cuadros lo mejor que pudo en la densa tenebrosidad.
Las imàgenes eran magnificas, pero no pudo evitar el preguntarse què tipo de imaginaciòn las creò. ¿Què mente podìa dar vida a unos cuadros tan horrendos?
Hubo un movimiento detràs de èl.
Se girò.
Nada.
Estaba solo en la habitaciòn.
Pero de todas maneras, la puerta de la sala de estar se estaba moviendo ligeramente, como si la tocase alguien al pasar. Carter atravesò corriendo la habitaciòn y mirò por el vestìbulo.
Sòlo encontrò silencio y oscuridad, pero mientras estaba ahì de pie sintiò una brisa, una frìa corriente de aire que parecìa provenir de la habitaciòn que estaba enfrente.
Se acercò un poco màs, siendo ahora la curiosidad tan fuerte como la opresiòn. Pero, sin tener miedo de la oscuridad, abriò la puerta y entrò en la habitaciòn.
En el suelo habìa una gran escotilla, completamente levantada, bostezando como una boca abierta. Era de ahì de donde provenìa la frìa brisa.





Carter fue hacia allì y mirò por lo que parecìa ser un sòtano muy profundo y ciertamente muy oscuro. Una escalera con peldaños de madera proporcionaba la ùnica manera de meterse por ahì. Tragò saliva y empezò a bajar por el primer escalòn, esperando que no se desmoronase. Mientras estaba en el primer escalon mirò hacia arriba para ver que habìa algo escrito en la parte interior de la escotilla, visible desde dentro. Leyò lentamente:
"No està muerto el que puede yacer eternamente. Pero con las eternidades extrañas, incluso la muerte puede morir."
Mientras hablaba su respiracion se enturbiò con el frio aire y se estremeciò, pero empezò a descender, tomando cada peldaño con cuidado, temeroso de caerse a las oscuras fauces que habìan debajo de èl. Los escalones rechinaron ominiosamente y mirò hacia abajo ansiosamente cuando notò uno de sus pies pisar el suelo, incluso si ese suelo fuera algùn tipo de tierra esponjosa. El olor a humedad era sobrecogedor en la subterrànea penumbra pero, mientras arrugaba el ceño y sus ojos se acostumbraban a la oscuridad, Carter pudo ver que el sòtano se estrechaba ante èl como formando un tùnel. Buscò en el bolsillo de su americana, sacò un mechero, y lo encendiò. La enfermiza luz amarillenta era dèbil, pero era todo lo que tenìa para guiarse mientras avanzaba lentamente por el pasillo subterràneo. Apoyò una mano en las paredes para afianzarce mejor, sus dedos frotando los resbaladizos muros mientras iba caminando. Se preguntò, que tipo de insectos podrian revolotear por ahì, pero intentò suprimir ese pensamiento. Mejor no pensar en ello. La idea de que estaba compartiendo el pasillo con alguien màs poco le ayudaba para tranquilizarse.





El corredor hacìa una pronunciada curva hacia la derecha y Carter se encontrò en lo que parecìa ser un sub-sòtano aùn mayor. Habìa una serie de puertas de madera colocadas en las paredes de tierra.
Elevò un poco el mechero, esperando que eso iluminarìa màs lo que habìa ante èl, pero al final el calor llegò a ser insoportable y profiriò un quejido de dolor mientras se le chamuscaban las puntas de los dedos.
El mechero se agotò.
Estaba inmerso en la màs completa oscuridad. Su respiraciòn raspeaba en su garganta, y se dio la vuelta, para regresar corriendo por el pasillo, subir los escalones, y salir fuera de la casa. Pero entonces, por detràs de una de las puertas, algo se moviò.
Todos sus sentidos le dijeron que se fuera corriendo, pero a pesar de que Carter dudò, se dirigio hacia la puerta. Se dio la vuelta para mirar a travèz de la pequeña ranura de madera que habìa en la puerta.
"Oh, Dios mio," murmurò con los ojos que se le salìan de sus cuencas. Con la mente atolondrada se fue titubeante hacia la siguiente puerta. Luego a la otra. Cada nueva revelaciòn


le traìa un fresco grito de terror a sus labios y su mente daba vueltas sin control, perdida en un mar de locura.
Y ahora èl lo sabìa.
Mientras devaneaba de una habitaciòn cerrada a otra, mirando a cada una de las monstruosas apariciones ahì encarceladas, se dio cuenta de la verdad.
Desde la primera criatura con los pelos de punta y los relampagueantes ojos, pasando por la que tenìa la cabeza rapada, bien amarrada a unas cadenas y una despedazada camisa de fuerza, hasta la bestia descarnada pero con un exoesqueleto metalico y la que crecìa de un retorcido àrbol. Esas y otras como èsas. Las que conocìa de los cuadros que estaban arriba.
Mientras subìa corriendo y gritando por los escalones sintìo que su corazon hacìa unos fuertes ruidos sordos contra sus costillas y su mente luchò para controlar la horrenda realidad de lo que habìa visto.
Esos cuadros, las imàgenes que formaban las portadas de los discos, no fueron el producto de alguna enfebrecida pero brillante imaginaciòn.
Fueron pintadas al natural.

Shaun Hutson

Revista Metal Attack Nº9 Año 1992